martes, 10 de noviembre de 2015

Los caprichos del viento en la costa.

       Este pasado sábado navegué aprovechando la bonanza en el tiempo que estamos disfrutando, fue como un caluroso día de verano.

        Según el pronóstico dado por Euskalmet por fin nos dejaba el viento sur que nos ha acompañado en las últimas semanas, las temperaturas serían altas excepto en la línea costera donde era muy probable la aparición de la brisa marina, esta ayudaría a contener el mercurio en los termómetros.

       Mi intención era salir al alba antes de que lo hiciera el sol, así que con los últimos tintineos de algunas estrellas abandonaba el pantalán dispuesto a disfrutar de una buena mañana navegando.

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        Los catavientos de la pista del aeropuerto, que están junto a los amarres, me indican que está soplando una brisa muy suave del SW, hay que aprovechar el momento, cuando sopla del sur se puede salir a vela cómodamente por el río Bidasoa. Antes de llegar a la desembocadura me decido a izar la mayor y sacar la génova, la superficie del agua está tranquila como pocas veces. Tengo todo a favor, la corriente del río, la marea vaciante, el viento, con todos esos ingredientes salgo enseguida a la mar. La bahía la encuentro sumida en una increíble tranquilidad, tan solo se escucha a lo lejos el charloteo de un bote a otro de algunos de los numerosos pescadores que están intentando aprovechar estas horas del amanecer en la bahía.

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        El viento apenas varía su intensidad y dirección y la temperatura me resulta sumamente agradable, estar a las 8 de la mañana de un día de Noviembre en manga corta nos es precisamente muy habitual. La brisa es realmente suave, le calculo tan solo F-1, pero la ausencia total de cualquier perturbación en la superficie hace que el velero avance a casi 3 nudos. Avanzo en silencio entre las barquitas de los pescadores, nos saludamos, creo que me miran un tanto extrañados, no suele ser costumbre que salgan tan pronto veleros a navegar. Esta brisa terral es una gozada, el sol ya se ha levantado y comienza a teñir de naranja las velas y el casco de Siracusa, es un momento precioso.

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       Pero precisamente, la salida del sol y la elevación de la temperatura, hace que la brisa terral comience a desaparecer, es parte del ciclo de los vientos costeros.

La capacidad del mar para absortar y guardar la energía es enorme. Eso es debido a dos factores:

1. La transparencia del agua permite a los rayos del sol penetrar muy profundo.

2. La turbulencia constante del viento y tiempo mezcla continuamente el agua, distribuyendo el calor sobre grandes volúmenes que requieren de más calor para subir la temperatura.

       En contraste al océano, los rayos del sol no penetran muy profundo en el terreno, tan solo unos centímetros son afectados. Por consiguiente, mientras el terreno se calienta mucho más rápido que el océano, el terreno pierde el calor a la misma velocidad por noche.

   Intentaré explicar los ciclos de estos vientos costeros:

Brisa-marina

 

        El ciclo diario del calentamiento y enfriamiento de la superficie terrestre tiene notables efectos en el tiempo atmosférico. Cuando la superficie se calienta se forman corrientes ascendentes de aire caliente.

       La brisa marina, llamada también virazón, se forma debido a que durante las horas de sol la superficie de la tierra se calienta antes y más que la superficie del mar. La diferencia de temperatura entre estas dos masas de aire hace que en un día soleado la tierra se caliente más que el océano causando una pequeña zona de baja presión. El aire asciende a medida que la tierra lo va calentando (hasta los 1.000 o 1.500 m) y el aire más frío, situado sobre la superficie del mar, forma una zona de alta presión que hace que esta masa de aire tienda a llenar el espacio que ha dejado el aire más cálido que ha ascendido sobre la tierra. No hay que olvidar que la masa de aire de una alta presión sobre el océano, tiende siempre a desplazarse hacia la zona de baja presión situada sobre la tierra.

       Las mejores brisas aparecen en primavera y en verano porque durante la primavera la temperatura del agua aún está fría y durante el verano el sol produce altas temperaturas sobre la tierra. Cuanto mayor sea el diferencia de temperatura entre la tierra y el mar, mayor será la fuerza del viento que se genere.

       La brisa marina sopla perpendicularmente hacia la costa y puede llegar a alcanzar las 20 millas de distancia mar adentro. La fuerza máxima de la brisa se alcanza después del mediodía (momento más caluroso) y aunque en ocasiones, y según la orografía de cada zona, se puedan llegar a alcanzar los 20 ó 25 nudos de viento, por lo general, suelen ser vientos mucho más ligeros.

      La convección producida por el aumento de temperatura sobre la tierra y la fuerte humedad que trae el aire del océano forman nubes de desarrollo vertical (cúmulos o cumulonimbos) que pueden llegar a producir fuertes tormentas eléctricas y grandes precipitaciones.

       Todo este ciclo de vientos, presiones, etc, pude disfrutarlo el sábado, fue una clase de meteorología in situ, una forma de aprender muy entretenida. Pude grabar unos minutos de vídeo donde se aprecia todo lo explicado anteriormente, la suave brisa terral del amanecer, la calma chicha mientras las presiones de aire comienzan a diferenciarse en tierra firme y mar, y la aparición de una generosa brisa marina que llegó a eso de las 10 h y que se mantuvo hasta que el sol comenzó a perder fuerza. A eso de las 17 h dimos un paseo por los espigones de la desembocadura del Bidasoa y para entonces ya pudimos comprobar como el viento, la brisa marina, había desaparecido casi por completo, los veleros regresaban a palo seco, la tierra ya estaba enfriándose.

 

         Otra experiencia que pude comprobar fue la de las turbulencias y aceleraciones del aire en ciertos lugares. Como ya he explicado, la brisa marina sopla perpendicularmente de mar a tierra, y el límite costero que trazan las laderas del monte Jaizkibel dibujan sobre un mapa una línea que va del SW al NE, esta es la razón por la que la brisa marina aquí nos llega del NW, perpendicular a dicha línea costera, en el mapa de abajo se entiende todo esto mejor. El caso es que cuando la brisa sopla con una intensidad notable, esta, al llegar a la muralla que forma el monte Jaizkibel, tiende a sobrepasar dichas laderas por diferentes lugares. Parte de ese viento busca salida lateralmente pero otra parte de ese viento se eleva por la ladera, sobrepasa el monte y cae a la otra vertiente. En ese descenso se forman turbulencias impredecibles y además se acelera, esa aceleración la sufrí yo al llegar frente a la entrada del Bidasoa, rachas de F-5 ( entre 17 y 21 nudos ), una fuerza ya considerable para un velerito de 6 metros, me hicieron escorar bruscamente y tuve que recoger rápidamente el génova. Fue curioso ver como según entraba a la bahía y el monte Jaizkibel, que lo tenía a barlovento, iba ganando altura, esta ganancia de altura fue proporcional a la aceleración del viento que sufrí, a mayor altura de la ladera más aceleraba el viento.

      Al final aguanté solo con la vela mayor, pude buscar abrigo junto al espigón que delimita el río y que tenía a estribor, una vez tranquilizada la situación pude aproarme al viento tranquilamente y bajar la mayor.

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domingo, 18 de octubre de 2015

Otoño, la estación de las setas. Una sencilla receta.

         En esta ocasión no voy a escribir sobre la mar, la vela o la montaña, tocaré un tema del que soy un simple aficionado, pero del que mi madre, que fue cocinera, me ha trasladado muchos conocimientos y con el que disfruto a menudo. 

      Estamos en pleno otoño, la estación del año en la que más setas salen en nuestros bosques. Es unos años la afición de recolectar diferentes especies ha aumentado considerablemente, es raro caminar en esta época por un bosque y no encontrarse con alguien que porte una cesta.

       Este año las condiciones meteorológicas están siendo muy benévolas, de momento hay ausencia de heladas, las temperaturas son bastante suaves y de vez en cuando aparece algún día que llueve algo. Con todos estos ingredientes, nuestros bosques nos están invitando a darnos paseos cesta en mano y ojo avizor…

      Por suerte la mayoría de las personas que van a recoger setas se dedican a recolectar solo unos pocas especies y la que gana por goleada es el hongo ( Boletus ). No vamos a negar que están riquísimos, pero no son la única especie que merece recogerse y cocinarse, hay muchas otras especies que son un verdadero manjar.

       Hace unas semanas nos fuimos a unos bosques de robles y hayas y allí pudimos encontrar algunos Boletus.

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Pero no fueron la única especie que vimos, una gran cantidad de “zizas ori” ( Cantharellus Cibarius ), conocidas también como rebozuelos, aparecieron en aquel bosque.

Cantharellus cibarius. Zizaori

         Pero lo mejor de todo fue el hallazgo de unos cuantos ejemplares de Amanita Caesarea, la considerada como  la reina de las setas, por algo dicen que es la seta de los césares…

Amanita cesarea

        La falta de conocimiento de estas setas por parte de muchas personas hace que aún se puedan encontrar otras especies diferentes de los apreciados Boletus. La última especie de la que hemos disfrutado en casa ha sido la conocida como “Trompeta de la muerte” ( Craterellus Cornucopioides ). Ya sé que su nombre no invita a disfrutarlas, pero son unas setas riquísimas, tienen un un sabor intenso que puede combinar a la perfección con una carne guisada, con arroz o con un plato de pasta. Esta es una buena época para recogerlas, crecen en bosques de hayas o robles y principalmente en zonas un tanto húmedas. Es un claro ejemplo de como una seta con aspecto no muy atractivo suele ser dejada sin recoger en los bosques.

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         Hoy, como he dicho, hemos cocinado unas cuantas Trompetas de la muerte, ha sido una receta sencilla, pero con un sabor muy intenso. Dejo un pequeño vídeo de la receta puesta hoy en práctica.

domingo, 11 de octubre de 2015

Un antiguo puerto romano

           Que los romanos camparon a sus anchas en la zona del Bidasoa-Jaizkibel no es ningún secreto, existen multitud de vestigios y se han recogido gran cantidad de restos que así lo demuestran. La desembocadura del Bidasoa fue un lugar estratégico para las legiones romanas. Irún y la zona de Hondarribia cuentan con varios puntos donde ha quedado demostrada la existencia de diferentes puertos y abrigos donde las naves romanas llegaron. Muy cerca del Cabo de Higuer está la conocida Cala de los Frailes, un lugar muy protegido de los golpes de la mar donde se han recogido de sus fondos muchos restos de aquella época.
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         Pero si rodeamos el Cabo de Higer y continuamos su costa hacia el oeste, a una milla y media de dicho cabo llegaremos a una escondida y protegida y ensenada conocida con varios nombres. Comúnmente se la conoce como “El Molino”, pero si se busca un poco en los mapas veremos que tiene otros dos nombres, uno de ellos muy oído, Cala de Artzu, el otro es Porto Moko. Yo he de confesar que este último nombre no lo había escuchado nunca hasta que me he puesto a rebuscar un poco.
        Ayer salimos a navegar por la mañana y ya que hasta mediodía no anunciaban la llegada de viento decidimos dedicar el tiempo a visitar la mencionada cala. A pesar de no existir apenas viento, una mar de fondo de casi metro y medio hacia que algunas olas rompieran en la costa con cierta brusquedad, ello hacía que dudásemos de nuestras posibilidades de poder entrar en la cala.
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          Yo ya conocía la cala de haber pasado junto a ella en algún paseo, hay que recordar que en el litoral del monte Jaizkibel existe un sendero que lo recorre de punta a punta y por él se pasa junto a varias calas, una de ellas Porto Moko. La cala tiene una entrada ancha, unos 100 metros, pero enseguida se reduce a menos de la mitad.
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Porto Moko en bajamar
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        No obstante, la entrada es segura, no hay rocas ocultas bajo la superficie que dificulten el paso, y una vez dentro de ella estaremos totalmente protegidos de la mar de fondo que suele llegar del NW ya que esta orientada hacia el NE.
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       Ahora bien, la cala, dadas sus dimensiones, no es recomendable para grandes embarcaciones con un calado generoso. Ayer, nosotros entramos a media marea y no llegamos hasta el final de la cala, nuestro velero cala 1’2 metros y el ancla lo echamos en un fondo de pequeñas rocas con unos 3 ó 4 metros de agua. Pensamos que lo ideal sería entrar los días que exista menos de un metro de mar de fondo y fondear con dos anclas, una por proa y la otra por popa, evitando así los borneos. Es fácil encontrar aguas limpias en la cala pudiendo disfrutar de tranquilos baños y buceos.
      El nombre de la “Cala del Molino” le viene dado por la existencia cerca de la orilla del fondo de los restos de un antiguo molino, dicho molino aprovechaba en otros tiempos la fuerza del arroyo Erramudi para moler maíz y trigo.
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Este será posiblemente un destino para el siguiente verano, pasar noche fondeados con una predicción de tiempo asegurada será una bonita experiencia. Es fácil bajar a tierra con una pequeña embarcación inflable…

domingo, 4 de octubre de 2015

Ciboure-Ziburu, el último puerto pesquero de la costa labortana.

          De los tres territorios vasco-franceses, solo uno de ellos cuenta con un tramo de costa, Lapurdi ( Labourd en francés ), es un tramo de apenas 15 millas en el que abundan las pequeñas localidades costeras. Desde antaño ha sido una tierra muy ligada a la actividad pesquera, de hecho es fácil encontrar en los blasones de diferentes localidades referencias a la pesca, sobre todo a la de la ballena. Así mismo, aún pueden verse en diferentes pueblos las rampas en las que varaban las ballenas capturadas cerca de la costa para su posterior despiece.

Costa labortana

       Pero desde hace unos años el único municipio costero que cuenta con actividad pesquera es Ciboure, anteriormente Hendaye también contaba con unas pequeñas instalaciones donde se descargaba la pesca de embarcaciones dedicadas a la pesca de bajura. La baja actividad y el deseo de concentrar toda ella en un solo puerto hizo que Ciboure pasara a ser el único puerto de Lapurdi con una lonja donde se realizan ventas a mayoristas. El puerto está enclavado en la desembocadura del río Nivelle, Urdazuri en euskera, quedando completamente protegido de los temporales que azotan la costa.

       Ciboure está separada de Saint Jean de Luz por el río mencionado, una localidad sensiblemente mayor que Ciboure. El puerto corresponde a Ciboure ya que las instalaciones dedicadas a descarga, almacenaje y venta del pescado están en la orilla sur, perteneciente a dicho municipio. No es un puerto ostentoso, solo, como dicen los franceses, los petit bateau son los encargados de traer pescado a puerto. Pescadillas, sepias, lenguados, txipirones, salmonetes, antxoas, txitxarros, bonito y atún rojo son las principales capturas que se venden en su lonja. La pesca de bajura garantiza la frescura de sus productos siendo en su mayoría barcos que faenan al día, solo unos pocos, los de mayor tamaño, faenan durante 4 ó 5 días sin entrar a puerto. El puerto se encuentra, como ya he comentado, perfectamente protegido ya que está situado en la gran bahía de Saint Jean de Luz a la que dos enormes diques la defienden de las olas que mandan las borrascas situadas en el Atlántico Norte.

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       Desde Hondarribia es una corta travesía de apenas 5 millas hasta la localidad labortana, se alarga algo más debido a unos bajos sumergidos existentes frente al extremo oeste de la playa de Hendaya. Dichos bajos obligan a las embarcaciones a dar un pequeño rodeo de una milla para sortearlos. Es una bonita travesía que se realiza frente a la costa en el tramo conocido como “la corniche” (la cornisa en castellano), es una zona donde los acantilados blancos serán nuestro paisaje por el costado de estribor. Ayer a la ida disfrute de un suave viento de SSW que me sacó de la bahía de Txingudi fácilmente y con una mar en calma como pocas veces se ve por aquí. Poco a poco fui notando como el viento iba creciendo y situándose más al Oeste. Al abandonar Ciboure las condiciones en la mar ya habían variado algo, el viento soplaba con fuerza 4 y llegaba desde el Oeste, se había formado ya una pequeña ola corta que apenas se dejaba notar al navegar. Así, con el viento soplando desde el Oeste, tuve que navegar primero con rumbo 310º para luego virar y hacer un bordo hacia el 220º.

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         La entrada a Saint Jean de Luz siempre me pareció muy elegante, flanquear las murallas que defienden aquella bahía es precioso. El pequeño castillo de Sokoa nos vigila desde el extremo oeste de la bahía y ante nosotros se abre una ensenada donde las playas abundan. Al fondo nos aguarda el pequeño puerto de Ciboure, un pequeño tramo acanalado nos introduce hasta el refugio, allí, en el puerto deportivo, podremos encontrar unas pocas plazas de cortesía para las embarcaciones foráneas. Existe la posibilidad de amarrar nuestro barco un par de horas de forma gratuita. Merece la pena desembarcar y darse un paseo por las concurridas calles de Ciboure y Saint Jean de Luz.

       El de ayer sábado fue un día espléndido, pocas días al año encontramos en el Cantábrico unas condiciones tan benévolas para navegar, cielo despejado, ausencia de mar de fondo, viento mantenido de intensidad media… Suelo navegar de vez en cuando hasta aquella bahía, es una travesía cómoda y segura, desde mi amarre ida y vuelta fueron ayer 17 millas, perfecto para una buena mañana. Estoy seguro que seguiré repitiéndola.

 

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Somos básicos

         Un amigo suele recordármelo de vez en cuando, la felicidad se esconde en muchas acciones a las que a menudo no damos la suficiente importancia. Y es así, somos básicos, si nos quitan los amigos, las montañas, la mar, los tranquilos momentos de charla tras una comida, si nos quitan todos esos placeres que por habituales pasan de puntillas frente a nosotros, entonces perderíamos lo mejor de nuestra vida, sin duda.

       Subes una montaña, te esfuerzas, te cansas, pero algo hay que disfrutas con ello, y no es precisamente masoquismo, es el contacto con la naturaleza, algo dentro de nosotros sabe que los humanos hemos vivido ahí desde hace miles de años, cosa que cada vez sucede menos. Nos recluimos en ciudades, apiñados, enjaulados, pero algo está cambiando, poco a poco muchos comienzan un éxodo fuera de las cárceles de hormigón y asfalto buscando el campo y el mar.

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        Y es que con la mar sucede igual, sales al azul, notas como el viento te lleva lejos, el sol te quema, el viento te enfría, tal vez duermas poco o comas mal, pero es igual, te sientes pleno, te sientes bien, sabes que desde hace 2.000 años el hombre navega al viento.

       Somos sociables, nos van las tribus, pocos, muy pocos viven solos, reunirnos con amigos es un acto social. Nos distendimos con ellos alrededor de una mesa mientras hablamos de lo humano y lo divino. Aquí, eso de juntarnos entorno a una mesa para comer forma parte de nuestra idiosincrasia, es casi casi un rito, comemos, bebemos y cantamos (esto último cada vez menos), disfrutamos, que es de lo que se trata. Igual que cuando subimos a una montaña o navegamos con las velas tragando viento, nuestro cuerpo se recarga de energía, sentimos el bienestar y es entonces cuando nos damos cuenta de lo básicos que somos.

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        Quizás todo esté relacionado con el torbellino de la vida que nos envuelve, siempre con prisa, siempre corriendo. Deberíamos de tomarnos la vida de otro modo, como cuando uno sueña que hará el día que se jubile, simplemente disfrutar un poco más de nosotros, de nuestra familia, de nuestras montañas, de nuestro mar, de nuestros amigos.

       Este fin de semana pasado hemos disfrutado, unos subieron a una montaña y vieron como el sol salía por el horizonte, otros navegamos frente a esas montañas y luego nos juntamos todos alrededor de una mesa. Un plato marinero bastó para tenernos ocupados un buen rato, comimos, bebimos, nos reímos (mucho) y no cantamos (mejor, lo hacemos muy mal).

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        Nosotros, la que duerme a mi lado y un servidor, optamos por navegar, lo hacemos mucho juntos y me encanta. El día salió fenomenal, el mar estaba con unas condiciones que llamaban a navegar, buen viento, buena compañía. Nos emborrachamos de viento.

 

sábado, 8 de agosto de 2015

Las nubes del NW

         Aquí, en el Cantábrico, puede decirse que el NW es nuestro viento por excelencia. Esto es debido a una situación meteorológica que se repite con frecuencia, altas presiones, un anticiclón, situado en el Atlántico sobre Azores y las bajas presiones, una borrasca, cerca de las islas británicas.
      Por el pasillo que se forma entre ambos nos es enviado un viento que se va cargando de humedad en su viaje por el mar. Cuando este viento húmedo llega a nuestras costas se topa con las montañas y sucede lo que todos sabemos, llueve.
     Pongo una imagen de lo sucedido ayer, en el mapa se puede apreciar lo explicado, se ve claramente el anticiclón girando en sentido de las agujas del reloj y la borrasca haciéndolo al revés, las flechas de viento así nos lo indican
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Viento del NW

 

          Ayer por la tarde salí a navegar y pude observar desde el mar este fenómeno en primera fila. Soplaba un NW mantenido de unos 8-9 nudos, las nubes venían del mar y al toparse con Jaizkibel y el macizo de Aiako Harriak el cielo se fue cargando hasta que terminó lloviendo. Sin embargo en la zona de Las Landas esto no sucede con tanta facilidad ya que allí no hay montañas, pero las nubes que entran a la altura de los montes Larun y Gorramendi les pasa lo mismo.
         El cielo por donde navegaba yo, a unas 3-4 millas de la costa al NE de la bahía a de Txingudi, estaba mucho mas sereno, con nubes altas que no amenazaban lluvia e incluso hubo momentos en los que el sol se asomó tímidamente.

      Por eso, cuando en nuestra costa sopla del Sur, Suroeste o del Noreste, es mucho más difícil que llueva, las nubes no nos llegan del mar, son nubes poco cargadas de humedad.

Pude grabar ayer un vídeo donde se aprecia todo esto.

 

lunes, 3 de agosto de 2015

El queso de Lescun.

        Han sido cuatro años llenos de mareas, de olas, de vientos, cuatro años colmados de salitre, cuatro años sin las montañas de Lescun.
       Pensé que tardaría más en volver, pero este finde estábamos sin hijas y era una oportunidad que no podíamos desaprovechar.
      A pesar de vivir ahora pendiente del viento que sopla, algún poso queda en mí que me hace volver a esas montañas, además, ya va siendo hora de que la que duerme a mi lado conozca aquel rincón del pirineo...
     Tenemos poco más de dos horas de viaje hasta el valle de Lescun, en la vertiente norte de los Pirineos. Hace unos años recorrí, en compañía de varios amigos, muchas de las montañas de este pequeño paraíso pirenaico. Son unas cumbres bellísimas, de alturas que podrían calificarse como medias dentro de la altimetría de las cimas de esta cordillera que une Cantábrico y Mediterráneo, pues apenas sobrepasan los 2.000 metros.

       Las cumbres están rodeadas por bosques rebosantes de hayas y abetos de tamaños más que respetables, bosques que se pueden recorrer por numerosos senderos y que son un buen lugar para los aficionados a la micología.
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       En la época estival, entre Mayo y Septiembre, los pastores viven con los rebaños de ovejas de las razas manech y vasco-bearnesa en las cabañas situadas en las zonas altas del valle. Allí, cobijados en sus modestos y acogedores refugios, elaboran un queso de unas características muy especiales, con un sabor un tanto agrio y muy especiado. Las ovejas pastan en alturas que van de los 1.500 hasta casi los 2.000 m y en concreto, las del pastor al que compramos en esta ocasión el queso, lo hacen en los pastos que rodean el lago de Ansabere, un paraje fantástico.
      Esta vez Lescun nos ha recibido con un cielo gris plomizo de nubes bajas que ocultaban de la vista las cumbres que nos rodeaban.

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       El torrente principal del valle, el Gave d´Ansabere, baja repleto de agua, estos días de atrás han caído fuertes tormentas y se nota en el ambiente. Dentro de los bosques los aromas de multitud de plantas se confunden y nos envuelven, son olores que en la ciudad no apreciamos. 
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         Nuestra idea es dar un cómodo paseo hasta la cabaña del pastor que se encuentra a algo menos de dos horas de camino desde el punto donde dejamos el coche. Este recorrido, como digo muy cómodo, es una opción harto válida para alguien que no ha visitado nunca el valle y quiere hacerse una primera idea del lugar.
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       Para llegar hasta el pastor se debe salvar un desnivel de unos 600 m y siempre se transita por senderos marcados y bien señalizados. Como ya he dicho, en algo menos de 2 horas se alcanzan las cabañas de Ansabere, allí nos recibe “el jefe del valle”, a él podremos comprar un riquísimo queso Ossau-Iraty a un precio sensiblemente inferior al que podemos encontrar en cualquier comercio. El pastor está acompañado por dos leales perros que a pesar de recibirnos en un principio con algún ladrido que otro, no nos cuesta hacer buenas migas con ellos y enseguida se dejan acariciar por nuestras extrañas manos.
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       El exterior de la cabaña con su terraza con vistas al valle, donde el pastor podrá ofrecernos un café.
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      El pastor nos da a probar dos quesos con diferente curación, uno mas fresco que otro. La verdad es que nos gustan mucho los dos y optamos por comprarle de los dos, será una sabrosa manera de acordarse en casa de estas montañas.
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       Hoy, la vida de los pastores sigue siendo austera y dura, pero hasta ellos también han llegado los inventos que nos hacen la vida un poco más cómoda y entretenida. Así, esta cabaña está equipada con unas placas solares que permiten al pastor tener en su cabaña una pequeña televisión que a buen seguro le hace compañía durante las noches y hasta una báscula electrónica que utiliza en la venta de su queso.
      Esta visita a Lescun me ha servido para darme cuenta de que no puedo olvidar y dejar de lado estas montañas, de ahora en adelante las visitaré al menos una vez al año, aunque solo sea para comprar el queso que elaboran los pastores, pero dudo que no me sienta atraído por alguna de las cimas que encierran el valle que aún me faltan por alcanzar.  De esta forma creo que podré cerrar un círculo que comencé a trazar hace casi 40 años cuando subí a muchas de estas mismas cumbres desde la otra vertiente, desde el valle de Zuriza.
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martes, 14 de julio de 2015

Desconexión.



        Las últimas semanas han sido difíciles. Todos en casa hemos estado un poco revueltos, como el viento sur, soplando a rachas desbocadas o en calmas tediosas. La perdida de un ser querido nos aplasta, nos destruye por dentro. Esa perdida contribuye a que nuestra percepción por lo efímera que puede llegar a ser la vida la tengamos más presente que nunca. Nos aferramos con fuerza a los que tenemos más cerca e intentamos poner un nuevo rumbo mientras oteamos el horizonte.
Hay una verdad universal que todos debemos afrontar, queramos o no.
Al final todo se acaba, por mucho que deseemos que no llegue ese día.
Ahora estamos en unos de esos días, nos despedimos de todo lo que nos era familiar, todo lo que nos resultaba cómodo.
Hay personas que son una parte tan importante de nosotros que siempre estarán ahí pase lo que pase.
Ellos son nuestra tierra firme, nuestra estrella polar, y esa voz de nuestro corazón que siempre nos acompañará, siempre.

El duelo.
      Bajo una acacia, un naranjo, un roble, es donde uno debe sepultar a los seres que ha querido.
Y que seguirá queriendo aunque no entienda por qué no vuelven nunca a casa a la hora de la cena.
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         Alguien que padecerá ese duelo el resto de su vida, porque llega un momento en que no quiere dejar de sentirlo, pues sería mayor el dolor por la culpa de creer que puede perder la memoria del ser querido, que el anhelo de convencerse de que es capaz de ser feliz, con una felicidad sin prisas ni euforia, al tiempo que reconoce siempre la ausencia.
        El silencio del duelo es siempre un espacio cerrado en ese hogar que termina en la frontera de nuestra piel.

Ser Mediterráneo.
       Mediterráneo, un nombre que representa algo más que al mar que baña las costas tres continentes. Mediterráneo es una forma de vida, una manera de ser.
         Una vez más hemos vuelto a él, y como cada vez que lo visitamos de nuevo nos hemos quedamos prendados de su luz, de sus sonidos, de su paz. Su olores y sabores impregnan nuestras pituitarias y paladares consiguiendo quedar grabados en nuestra memoria, porque no solo guardamos recuerdos de imágenes. En nuestro cerebro quedan alojados mucho más que eso, quedan también los sentimientos y las sensaciones.
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       Con el Mediterráneo frente a nosotros desconectamos del día a día, de una realidad que asusta y que nos aleja de nuestros sueños. Me sumerjo en sus aguas con mis pulmones llenos a rebosar de aire, un aire que me permite estar, con suerte, un par de minutos abajo recogiendo pequeños tesoros marinos.
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           Oteo el fondo desde la superficie, allí abajo están los sargos y otros peces de roca, nadan como asustados, con giros bruscos, nerviosos. Veo un destello inconfundible, es una oreja de mar, mi favorita entre las conchas. Durante unos segundos respiro intensamente, cogiendo y soltando aire a través de mi tubo. Vacío todo lo que puedo mis pulmones para volver a llenarlos con todo el aire posible, doy un golpe de riñones y me sumerjo, me ayudo solo de los brazos en ese instante y en cuanto noto que las aletas están bajo el agua comienzo a moverlas acompasadamente. La primera descompresión de oídos llega enseguida, a los 2 metros, a los 4 ó 5 metros repito la operación mientras sigo descendiendo. Enseguida llego al fondo, estoy a unos 10 metros de la superficie, procuro moverme tranquilo, sin prisas, los músculos consumen oxigeno y este lo necesito para estar abajo.
         Tras volver a descomprimir los oídos comienzo a recorrer el fondo, encuentro enseguida la oreja de mar y me la guardo en un bolsillo. Allí abajo el azul lo inunda todo y la sensación de silencio es adictiva. Continúo moviéndome entre las rocas observando lo que me rodea. La presión a 10 metros es exactamente el doble que en superficie, 2 atmósferas o 2 bares, como se prefiera.
      Sigo buscando caracolas levógiras, pero mi suerte no cambia, solo encuentro caracolas que giran a derechas. Escondidos entre rocas aparecen caparazones de erizos, yo los llamo esqueletos de erizos, siempre me han parecido verdaderas joyas, además, su extremada fragilidad hace que mi aprecio por ellos aumente…
      Como en otras ocasiones, volverán a casa con nosotros además de dichos caparazones, orejas de mar, alguna caracola, pequeñas conchas, serán recuerdos de ese mar que nos transportarán hasta él cuando naveguemos por el Cantábrico.
       Pero el tiempo pasa rápido, demasiado, una sensación de opresión me llega, mis pulmones piden aire nuevo. Miro hacia arriba y me entusiasmo con la claridad que tiene el mar, comienzo a ascender mientras voy soltando poco a poco el aire que me quedaba.
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          En compañía de nuestras hijas nos acercamos hasta una cala cercana al cabo de Creus, Portlligat. A pesar de que sopla una fuerte tramontana en mar abierto, la cala queda protegida del vendaval, sus aguas confinadas son un auténtico remanso de paz que invitan zambullirse en ellas. Lo primero que percibimos al echarnos al agua es la cantidad de posidonia que hay en estos fondos, algo muy importante para la conservación de la vida submarina.
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         Desde la superficie he localizado lo que creo que es la entrada de la guarida de un pulpo, las conchas y pequeñas piedras amontonadas que hay en su entrada así lo delatan. Tomo aire y desciendo hasta ella, se encuentra a unos 5 metros de profundidad, enseguida veo al pulpo que me observa desconfiado. Subo a la superficie y aviso a una de mis hijas del hallazgo, le invito a bajar conmigo para que pueda observar de cerca al animal. Al principio desconfía de sus posibilidades de llegar hasta el, la profundidad le retrae un poco pero tras unas indicaciones se anima y bajamos juntos. Nos agarramos a una roca para mantenernos sin esfuerzo en el fondo, le invito a mi hija a que acerque una mano y toque al pulpo y note su fuerza al pegarse una de las ventosas de un tentáculo. La expresión de su cara a través de las gafas de bucear lo dice todo, está encantada, pero el aire se acaba y subimos a la superficie. Le ha gustado tanto que ella, ahora ya sola, repite la experiencia y baja para tocar de nuevo al pulpo.
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        Y así, entre zambullidas, amaneceres de mar, paseos nocturnos por calas, hemos vuelto a desconectar, creo que cada vez que nos acercamos a este mar nos cuesta un poco más volver a nuestra vida junto al Cantábrico.
        Tramontana, Garbí, Mistral, Xaloc, son nombres que ya suenan familiares…
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      Pero ahora toca regresar, poco a poco nos vamos convenciendo que nuestro futuro, no sabemos si cercano o lejano, estará ligado a este mar, algún día seremos Mediterráneos.
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domingo, 12 de julio de 2015

Un antiguo puerto romano

           Que los romanos camparon a sus anchas en la zona del Bidasoa-Jaizkibel nos es ningún secreto, existen multitud de vestigios y se han recogido gran cantidad de restos que así lo demuestran. La desembocadura del Bidasoa fue un lugar estratégico para las legiones romanas. Irún y la zona de Hondarribia cuentan con varios puntos donde ha quedado demostrada la existencia de diferentes puertos y abrigos donde las naves romanas llegaron. Muy cerca del Cabo de Higuer está la conocida Cala de los Frailes, un lugar muy protegido de los golpes de la mar donde se han recogido de sus fondos muchos restos de aquella época.

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         Pero si rodeamos el Cabo de Higer y continuamos su costa hacia el oeste, a una milla y media de dicho cabo llegaremos a una escondida y protegida y ensenada conocida con varios nombres. Comúnmente se la conoce como “El Molino”, pero si se busca un poco en los mapas veremos que tiene otros dos nombres, uno de ellos muy oído, Cala de Artzu, el otro es Porto Moko. Yo he de confesar que este último nombre no lo había escuchado nunca hasta que me he puesto a rebuscar un poco.

        Ayer salimos a navegar por la mañana y ya que hasta mediodía no anunciaban la llegada de viento decidimos dedicar el tiempo a visitar la mencionada cala. A pesar de no existir apenas viento, una mar de fondo de casi metro y medio hacia que algunas olas rompieran en la costa con cierta brusquedad, por ello dudábamos de nuestras posibilidades de poder entrar en la cala.

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          Yo ya conocía la cala de haber pasado junto a ella en algún paseo, hay que recordar que en el litoral del monte Jaizkibel existe un sendero que lo recorre de punta a punta y por él se pasa junto a varias calas, una de ellas Porto Moko. La cala tiene una entrada ancha, unos 100 metros, pero enseguida se reduce a menos de la mitad.

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Porto Moko en bajamar

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        No obstante, la entrada es segura, no hay rocas ocultas bajo la superficie que dificulten el paso, y una vez dentro de ella estaremos totalmente protegidos de la mar de fondo que suele llegar del NW ya que esta orientada hacia el NE.

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       Ahora bien, la cala, dadas sus dimensiones, no es recomendable para grandes embarcaciones con un calado generoso. Ayer, nosotros entramos a media marea y no llegamos hasta el final de la cala, nuestro velero cala 1’2 metros y el ancla lo echamos en un fondo de pequeñas rocas con unos 3 ó 4 metros de agua. Pensamos que lo ideal sería entrar los días que exista menos de un metro de mar de fondo y fondear con dos anclas, una por proa y la otra por popa, evitando así los borneos. Es fácil encontrar aguas limpias en la cala pudiendo disfrutar de tranquilos baños y buceos.

      El nombre de la “Cala del Molino” le viene dado por la existencia cerca de la orilla del fondo de los restos de un antiguo molino, dicho artilugio aprovechaba en otros tiempos la fuerza del arroyo Erramudi para moler maíz y trigo.

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Este será posiblemente un destino para el siguiente verano, pasar noche fondeados con una predicción de tiempo asegurada será una bonita experiencia. Es fácil bajar a tierra con una pequeña embarcación inflable…

jueves, 2 de julio de 2015

La gran tarta del pescado.

            He pasado, iba a decir media vida, pero ha sido ya algo más, llevando cosas de un lado para otro. No voy a enumerarlas pues la lista sería interminable, en ocasiones lo transportado ha sido extraño, absurdo, sin aparente razón vaya…
            Pero desde hace ya unos cuantos años, unos 15, me dedico solo a llevar de un lado para otro una cosa, pesca, pescados en su mayoría provenientes de nuestro mar, el Cantábrico. Poco a poco he ido penetrando en ese oscuro mundo del comercio mayorista del pescado, lo he ido conociendo cada vez más de cerca. Mayoristas, intermediarios, pescadores, minoristas, todos quieren sacar su tajada, un trozo del pastel, y curiosamente he aprendido que los que se llevan un trozo más grande son los que menos trabajan y exponen, que raro ¿no?… Creo que el mundo de hoy en día está repleto de sinsentidos, pero lo que hoy veo que sucede a mi alrededor me deja perplejo en muchas ocasiones, gente que compra y vende pescado por teléfono sin tan siquiera llegar a tenerlo, lo cogen con una mano y lo sueltan con la otra. El pescado ha dejado de ser lo que era, un alimento para la población, hoy es un producto que alimenta la codicia que nos rodea, una mercancía con la puedes enriquecerte si sabes mover tus fichas, eso sí, a costa del sudor de unos cuantos que a menudo se juegan el pellejo por bastante menos de lo que deberían.
        Con el paso de los años he podido evitar en mi camino a algunos intermediarios de mi sector, léase empresas de transporte, y a día de hoy he conseguido llegar a hacer tratos directamente con algún armador de barcos de pesca. Y he aquí que es cuando más me estoy sorprendiendo de lo que sucede con el pescado, el trato directo con los mayorista y armadores me está descubriendo hasta que punto puede llegar lo absurdo en este mundo.
       Trabajo, entre otros, con un armador francés que tiene varios barcos con matrícula de Bayona, localidad del sur de Francia en el Cantábrico, los barcos faenan en la costa comprendida entre los puertos franceses de St Jean de Luz y La Rochelle. Se dedican a la pesca de diferentes especies, sepia, calamar, pota, merluza y pescadilla, salmonetes, san pedros, cigala, buey de mar, marrajo, vaya, un poco de todo como puede adivinarse.
      Lo absurdo del tema: Como ya he dicho estos barcos pescan en aguas francesas y su puerto de destino es Pasajes, aquí en Euskadi, y parte de las capturas el armador quiere que yo se las lleve al puerto galo de St Jean de Luz.
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       Todo sucede de la siguiente manera:  Recibo una llamada por la mañana del armador avisándome unas horas antes de la llegada a puerto (Pasajes) de los barcos. Yo acudo allí con mi camión frigorífico, tras la descarga el armador hace una división o reparto de las capturas y me entrega parte de ellas para que se las lleve seguidamente al puerto de St Jean de Luz que está a escasos 35 km. Este pescado lo descargo a última hora de la tarde en la lonja del puerto francés y queda allí guardado en cámara frigorífica. Más tarde, de madrugada, se venderá junto con las capturas que se descargan de otros barcos en ese puerto.
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      A esa venta acuden mayoristas franceses, una vez comprado el pescado estos comienzan a venderlo tanto a minoristas franceses como a mayoristas de Pasajes, así que de nuevo el pescado vuelvo a llevarlo por carretera a Pasajes. Pero ahí no acaba el tema, esos mayoristas de Pasajes comienzan a su vez a vender por teléfono ese pescado a sus diferentes clientes y algunos de esos compradores están nada más y nada menos que en París, sí sí, en París…
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      Ahí vuelvo a entrar yo en escena, para transportar ese pescado hasta París existe una línea de transporte diario en camiones frigoríficos que sale todos los días de St Jean de Luz con destino al mercado central de mayoristas de París. Mi labor consiste en volver a llevar ese pescado de Pasajes hasta St Juan de Luz, el pescado es cargado en dichos camiones al mediodía y esa misma noche es descargado en París donde de nuevo se llevará a cabo, ya de madrugada, una venta de mayoristas para los minoristas. Al día siguiente el pescado es consumido en París.
Resumiendo:
Día 1: el pescado es capturado en aguas francesas.
Día 2: se descarga en Pasajes y es transportado a St Jean de Luz.
Día 3: se vende en St Jean de Luz a mayoristas, estos a su vez lo venden a otros de Pasajes y se trae a esta localidad. Luego se vende a mayoristas de París y se lleva a los camiones que salen de St Jean de Luz con destino París.
Día 4: El pescado se vende a minoristas en París y estos finalmente lo hacen con el público.
          Hasta 3 veces el pescado ha recorrido por carretera el trayecto comprendido entre Pasajes y St Jean de Luz, luego dicen que el pescado está caro…
           No sé si habré sabido explicar todo ese ir y venir del pescado, espero que sí. Así, me es difícil no sentirme cómplice de todo ese mercadeo, veo pasar por delante de mis narices todo ese pescado y no acierto a dar una explicación.    
         Todavía recuerdo cuando aún quedaban algunos barcos con el casco de madera en Hondarribia, fueron los últimos de nuestra costa. Por desgracia, los armadores se vieron obligados a realizar grandes inversiones para renovar la flota, los antiguos barcos con casco de madera dieron paso a barcos de acero con gran capacidad de capturas, un buen número de aquellos vetustos barcos no tuvieron suerte y su continuación quedó truncada por el recorte del numero de barcos que vino de las autoridades europeas. Muchos marineros quedaron ya en tierra para siempre con prejubilaciones los que tuvieron suerte, o directamente pasaron a engrosar la lista de parados. Poco a poco el mundo de la pesca a ido menguando en el número de barcos, la actividad frenética que soportaban nuestros puertos casi a diario a quedado drásticamente reducida, las tripulaciones de muchos barcos están formadas hoy en día en parte por inmigrantes en su mayoría subsaharianos, cuesta encontrar a jóvenes de aquí dispuestos a llevar una vida de tanto sacrificio con tan poco beneficio. Pero esa mengua en el número de barcos no significa menos capturas, los barcos de hoy en día utilizan artes de pesca capaces de atrapar cantidades muy importantes de pescado, artes que no siempre son todo lo beneficiosas que deberían, para entendernos, atrapan todo lo que se les pone delante sin importar el tipo de especie, una vez izadas las redes se procede al descarte de las especies que no se estiman económicamente rentables.
         No se cuanto tiempo serán capaces de soportar los mares esta presión, tal vez dentro de 50 años nos alimentemos exclusivamente de pescado producido en piscifactorías cebado con sospechosos piensos, ¿ o seremos capaces de darnos cuenta del expolio al que estamos sometiendo al planeta ?, yo personalmente soy de los pesimistas en este tema, lo siento por las futuras generaciones.
       Nuestros mares languidecen, contaminación, sobrepesca, alteraciones físicas de los hábitats, cambio climático, poco a poco vamos convirtiendo los mares en los grandes vertederos del planeta.
Dicen que todo empezó en el mar, tal vez algún día todo acabe también.

sábado, 13 de junio de 2015

Lo solidario no vende

        Con esta frase tan rotunda daba por terminada Alvaro González de Aledo Linos la presentación de su libro “Carpe Diem, vela solidaria en Santander”. Tan solo 11 personas hemos acudido al acto que ha tenido lugar en una sala del Club Náutico de Hondarribia, el tema del libro, las vivencias de un grupo de médicos y patrones de veleros navegando con niños enfermos de cáncer durante los veranos de los últimos doce años.

        De manera totalmente desinteresada Alvaro, su pareja Ana y otros médicos junto con los patrones de diferentes veleros, consiguen que verano tras verano niños enfermos de cáncer se olviden por unos días de sus problemas. Los niños disfrutan de la mar y de la navegación a vela mientras son instruidos en las diferentes tareas y maniobras necesarias en los barcos. Fruto de todos esos años Alvaro ha escrito este bonito libro, con él se pretende dar conocer la actividad realizada y los beneficios obtenidos por la venta del libro son destinados íntegramente a la lucha contra el cáncer infantil.

      El poco aprecio que se hace por estos temas por la mayoría de las personas es cuando menos bochornoso, se mandó un email a todos los socios del club náutico (somos alrededor de 500), se colocaron carteles en diferentes lugares del pueblo, en la prensa escrita también se anunció, en Radio Euskadi tuvo también una entrevista en el programa “La casa de la palabra” dirigido por Roge Blasco y al final solo eso, 11 personas…

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      Por el contrario, ayer se celebraba una concentración de motos en Hondarribia a la que acudieron unas 2.000 ruidosas y contaminantes motos, y allí estaba una buena parte del pueblo, como abducida por ese numeroso grupo de fanáticos de la moto. No voy a decir que me parece que mal que la gente acuda a ese tipo de eventos, pero dar la espalda a las personas que ayudan de forma altruista a los más pequeños no dice nada positivo de nosotros. Siendo como decimos que somos un pueblo, y no hablo solo de Hondarribia sino de Euskadi, amante de la mar con bastantes aficionados a la vela y la navegación, ayer sentí tristeza por la respuesta dada a la presentación de “Carpe Diem, vela solidaria en Santander”. Solo espero que personas como esta pareja de Santander no se cansen de trabajar por una parte de la sociedad que necesita ayuda.

      Conozco a Alvaro y Ana desde hace un par de años, son unas personas de un gran corazón y con una generosidad que en estos días no es fácil encontrar, la labor que hacen con esos niños no tiene precio, sacrifican su tiempo libre durante los meses de verano a cambio de las sonrisas de los peques. En esta ocasión Alvaro y Ana se ha acercado a Hondarribia navegando en su velero Corto Maltés, un velero de reducidas dimensiones, menos de 7 metros, en el que hace tres años dieron la vuelta completa a la península. Una aventura que quedó plasmada en un libro de lectura más que recomendable.

      Tenía ya muchas ganas de conocer su embarcación y este fin de semana he podido hacerlo. Penetrar en el camarote del Corto Maltés es entrar en un barco en el que se respira mar por los cuatro costados, Alvaro ha conseguido que su pequeño velero parezca uno de los grandes, tiene todo lo necesario para poder hacer vida a bordo, he de reconocer que me ha dado mucha envidia el barco, ¡ cuanto me queda por aprender…!

    He querido tener un recuerdo del paso de este precioso velero por Hondarribia y Ana, su pareja, nos ha sacado esta fotografía. Un placer teneros como amigos Alvaro y Ana.

 

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El interior del Corto Maltés durante una visita el sábado.

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Nos acercamos el domingo a la cala de los frailes situada junto al cabo de Higer.

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